a) El niño atrofiado sabe que hoy es un día Adverso. Ha caminado al
trabajo en la mañana, y ha sentido el fardo redundante de la continuidad. Ha
sentido asimismo el sol camusiano directamente en el rostro.
En el bus se da cuenta que no hay un asiento libre. Todo el
mundo está sentado, y todo el mundo no dice nada. El niño atrofiado odia a esta
gente, a estos animales de fe.
El bus se le antoja como una suerte de ataúd, un ataúd que se
desplaza, un ataúd circulante, una caja negra en la ciudad.
Ayer también fue un día Adverso. Ayer llegó a su casa, luego de
una mañana aviesa, y comprobó que había olvidado las llaves de la casa en el
trabajo. De inmediato le tomó una rabia fagocitaria, una forma oblicua de
circunstancia. Sin saberlo, pateó una y otra vez la puerta, la mandó al suelo.
Su cabeza atrofiada estaba roja, roja, roja, roja.
Y otro día: había comprado su droga, había caminado cuadras y
cuadras, estaba impaciente por desprenderse, por desalojarse: consumir. Subió
al ascensor, pero el ascensor no subió. El ascensor se había arruinado.
–Puta mierda –gritó.
b) El niño
atrofiado tiene tanto sueño: los ojos se cierran solos, los ojos. El atrofiado,
el niño, piensa con tristeza que empieza a perder
lentamente su voluntad de poder.
La verdad es que no tiene ganas de mucho, verdad es que no tiene
ganas de nada. Antes pudo creer en una vida espiritual, en una cuartilla en
blanco. Ya no. Se le han empobrecido de súbito todos los recursos para sentirse
un ente justificado. Spleen.
Y la culpa de todo: los días Adversos.
Precisamente: piensa en este asunto visiblemente complejo de los
días Adversos, cuando de los cielos más elevados cae un gran objeto de forma
perfectamente esférica, un objeto de piedra dura y directa, que atraviesa sin
escándalo –con un cierto rigor aséptico, más bien– el techo del autobús, y va a
dar justo a la cabeza atrofiada del niño atrofiado, dejando una herida harto
extraña, una herida como un dibujo, un dibujo como el rostro de Sófocles, pero
no podemos verlo, el rostro, por la sangre.
–Puta mierda –grita el niño.