El niño atrofiado sabe ciertamente que nada malo hay en poner una
bomba en el centro comercial. Ha meditado la cuestión por muchas semanas, y
tiene un plan que en su cabeza mínima es ya una exhortación, una conjura
necesaria.
Y acaso: ¿no es cierto que ha aprendido en Internet cómo hacer
bombas deliciosas y sofisticadas? ¿y no se reía mucho el niño atrofiado cuando
recordaba a las pequeñas bulímicas del centro comercial, y cuando imaginaba el
resultado de su hazaña: la sangre inevitable, los cuerpos felizmente
desmembrados, la piel rota?
En este momento, el niño atrofiado piensa que el centro
comercial es un gran cuerpo con ráfagas peristálticas. Aunque más bien no: en
este momento piensa que ha llegado la hora, que todo está finalmente listo, y
sale de su casa.
El niño atrofiado camina con un maletín en la mano.
Tiene una mirada demoníaca y lenta, debajo de los lentes
oscuros, camina con una seguridad profesional, se sabe finalmente poderoso.
Hoy, la historia de muchos será otra, gracias a él. El niño atrofiado quiere
escindir los destinos de los hombres.
Se sienta en algún lado del centro comercial. Le repugna la
fatuidad, le repugna la disponibilidad de esta gente, le repugnan las bromas,
le repugnan las correspondencias elementales que estas personas han capitalizado
a través de siglos mediocres. La rabia lo somete, de pronto. Pierde el control. Hay algo de viscoso en el
ambiente, hay algo que aprieta, una asfixia. El niño atrofiado no puede
respirar, se levanta. En el baño vomita.
Ahora sí que han hecho emputar al niño atrofiado, ahora sí.
Una vez que ha vomitado, sale con una resolución, con un
aliento. Ha leído a Cioran, y mucho sabe del desprecio, este nuestro niño
atrofiado. Decide poner la bomba en la tienda de discos. Sólo una bomba puede
humanizar la masa compacta de discos compactos. Sólo una bomba puede limpiar la
asepsia angulosa del capitalismo. Sólo una bomba puede borrar el superávit
podrido de nuestra cultura oficial. La bomba que lleva consigo es el
instrumento redentor para evitar lo fútil. Etc.
Atento, receptor, el niño atrofiado estudia la tienda.
Detecta una caja negra, en un rincón, y allí, adentro, coloca el
maletín, la bomba previamente activada. Observa su reloj, observa a la gente
dentro de la tienda, se ríe para sus adentros. Sale.
Exactamente quince minutos después, estalla el centro comercial.
El niño atrofiado ha hecho un buen trabajo.